jueves, 11 de noviembre de 2010

UN AQUILES SIN TALÓN

El que se murió ayer, Aquiles Fabregat, Uruguayo como corresponde, fué el número tres de la revista Humor. Cascioli, Tomás Sanz y Aquiles Fabregat, Fabre. Era el poeta del grupo, la pata oscura, un diamante tirado por ahí en cualquier lado y lleno de pelusa encima. Cosa de saberlo buscar. Si se van a poner a hacer rimas graciosas, tiene que leer a Aquiles, no le pifiaba nunca, un tipo preparado y gracioso. Pero yo mucho no puedo decir, que fumaba mucho, ok, pero mejor dejemos que su sobrino, el periodista Eduardo Fabregat, hable de su tió Aquiles de la manera más justa y como yo hubiera querido hacer.

Tío Aquiles



Por Eduardo Fabregat


Desde esa infausta noche, le dicen
Eustaquio el Descentrado.


Lo saben los miles y miles de personas que la consideraron una lucecita entre tanta oscuridad: desde 1978, desde aquella primera tapa con Menotti de Hoz afirmando que “el Mundial se hace cueste lo que cueste”, la Humor fue religión, código compartido, ceremonia en el kiosco de revistas y guiño secreto en el transporte público, donde todos se cuidaban muy bien de “leerla de ojito” porque, como advertían los cabezales de sus páginas, eso provocaba males inenarrables. Pero ese orgullo intelectual, ese orgullo semipúblico –nada de ese tenor podía hacerse muy público en la era de los asesinos de uniforme– estaba acompañado de un orgullo privado, familiar: uno de los que conducía ese hito periodístico, ese respiro entre el plomo, era Aquiles Fabregat. Mi tío Aquiles.

Nacido en la República Oriental del Uruguay el 15 de febrero de 1938, mi tío Aquiles murió ayer por la mañana.

Es una extraña, dolorosa instancia. Un trago espantoso, esto de escribir la necrológica de alguien tan cercano, que tanto tiene que ver conque, bueno, conque uno esté escribiendo en la redacción de un diario. La pluma de mi tío Aquiles me inspiró a sentarme frente a una máquina de escribir, la Olivetti que aún conservo y que quizá termine llevándome a mi propia tumba. La figura de Aquiles, periodista de la vieja escuela, reinventor de formas en un tiempo en que nada se reinventaba sino que se destruía, cristalizó esta vocación, esta necesidad de curtir el oficio. Y ese registro personal tuvo una satisfacción extra ayer, cuando empezaron a aparecer los mensajes en Facebook y en Twitter, palabras que lo tienen tan presente como si a la Humor no la hubiera asfixiado el menemato hace casi veinte años. Personas entregando mensajes de reconocimiento, de amor, de tristeza por la pérdida y a la vez felicidad por todo lo que leyeron con su firma al pie, por los cuadritos en dupla con Tabaré, por aquellas mañanas de radio En ayunas con Jorge Guinzburg y Carlos Abrevaya.

Esta página no es porque Aquiles fue mi tío. Esta página es porque el que murió es una de las figuras grandes del periodismo rioplatense, de las que dejan huellas imborrables.

De pocas pulgas, melómano incurable, coleccionista de vinilos que cuidaba hasta la obsesión; con un dominio intuitivo del poder del “mensaje” a través de su experiencia publicitaria en Montevideo, con una tremenda capacidad para absorber cultura pero no expresar ese conocimiento con desdén por el otro, Aquiles disparó desde su escritorio en la calle Piedras artículos en los que su extraordinaria ironía, el juego con el lenguaje hacían de cada texto una aventura, un placer siempre renovado. Guardaba meticulosamente los libros y artículos de predicciones de supuestos adivinos, oráculos y videntes, para hacerse un venenoso festín cada enero o febrero repasando ese aquelarre para incautos del año anterior. Deschavaba en La ruta de los corsarios a los bolichones infectos de Buenos Aires que horadaban el estómago y el bolsillo del consumidor. Contribuía a la recolección de la lista de Los Insufribles que siempre despertaba nuevos aportes en los lectores. Y de su Olivetti salía una de las piezas de humorismo más efectivas, en las que la situación se repetía con leves variaciones, pero era su lenguaje, la puesta en escena, lo que las convertía en uno de los pasajes más esperados de Humor: el Romancero del Eustaquio, esa saga del desprevenido ciudadano de atildado aspecto y cuidada verba, que se aventuraba por los andurriales del conurbano para terminar siempre en manos de esos negrazos “de dos metros de altura y similar circunferencia”, cochambrosos, con somorgujos escarbándoles matas de pelo similares al alambre, de ojos enrojecidos y un “Berp!” como lacónica respuesta. Algunos años después nació la versión ilustrada por Tabaré, pero ya esas treinta líneas de puro texto alcanzaban para partirse de risa.

Aquiles, el Tío Aquiles, tenía el diccionario como libro de cabecera y sabía hacer un uso integral de él. No aprendía las palabras para cancherear, sino porque para él escribir debía ser un acto de riqueza para el que redactaba y para el que leía. Con semejante vocabulario disponible, conformarse con sólo un puñado de términos era berreta, perezoso, pobre. Las palabras eran su tesoro, le permitían un artístico malabarismo con el lenguaje, una manera siempre elegante de meterse en el tema que fuera. Amén de darle material para que, en Humor & Juegos o Cruzadas, brillara como eximio crucigramista, provocando otra vez la risa con definiciones enigmáticas o delirantes, o exprimiéndole los sesos con ese Dificilongo con el que, como en sus notas periodísticas, exigía al lector. Recordándole que la mediocridad es lo más fácil pero no lo más recomendable, que –como citó tantas veces– la inteligencia humana tiene límites, pero la estupidez no.

Quiero vivir menos pero más, escribió una vez.

Desde mis primeras notas publicadas, escuché la frase “¿Qué sos de Aquiles?” cientos de veces. Y nunca fue una molestia, sino el recordatorio y el orgullo de tener como iniciador en el periodismo a un nombre ilustre, a alguien que hizo algo indeleble en un medio donde se han hecho muchas cosas.

En ésta y en otras redacciones, esa cosa del apócope llevó naturalmente a que los compañeros a menudo me llamen Fabre. Siempre me pareció un apelativo razonable pero prestado, porque Fabre hay uno solo. Pero también, de algún modo, a partir de ahora cada vez que suene el “Fabre” mi tío Aquiles estará un poco más vivo. Esa interpretación tampoco es necesaria, claro: todo lo que hizo, las incontables carcajadas del Eustaquio, el Nada se pierde, las rimas del cacique Paja Brava en SexHumor, la inventiva y la audacia que puso en juego para ser parte de ese staff legendario que le hizo el aguante a la dictadura, alcanzan para que su nombre tenga una presencia que ni la muerte puede diluir.

Adiós, Tío Aquiles. Y gracias por todo.




9 comentarios:

Alejandra Lunik dijo...

Estos tipos para mí fueron próceres.
Felicitaciones por la publicación, un abrazo

Daniel dijo...

Siempre lo voy a recordar con mucho aprecio. Recuerdo esconderme para leer la sex humor y las aventuras del cacique paja brava... y los combos con Grondona White...
Gracias Diego por publicarlo.

Anónimo dijo...

La coleccion incompleta de la Humor es uno de los tesoros que guardé mucho tiempo y pienso dejarles a mis hijos. La compraba (o garroneaba) mi viejo, y yo la ¿leía? desde los 10 años. Acaso haya sido el principal aporte que yo mismo me haya hecho a mi propia formación. Los nombres de estos tipos que la hicieron, que para mí tambien son proceres, me resuenan desde la infancia, y por ellos me enamoré del dibujo tambien. Es una pena que se vayan yendo...

Diego

Gustavo Fuentes dijo...

Me hiciste llorar.
Qué bueno que gente como tu tío halla pasado por la vida de tantos como crecimos leyendo sus cosas.
Ojalá se haya ido teniendo alguna idea de cuantos anónimos éramos admiradores de su maravilla.
Un abrazo a todos, y que siga vivo en su obra!
Gustavo

Eduardo Fabregat dijo...

Gracias, Diego.

Jorge dijo...

El otro día mandé un comentario a un blog amigo en forma de chiste, y luego me di cuenta que faltaba algo: un pequeño pie de página diciendo que esas palabras eran un homenaje a un personaje, para mí maravilloso, como fue el Eustaquio. Piense que Humor (r) llegó a vender (si no me falla la memoria) 300.000 ejemplares, más que algunos diarios pseudoprestigiosos, y fue gracias al esfuerzo de gente como su tío, vaya mi homenaje para él, no hay mada mejor que los que hacen reír cuando todo está para llorar...
No quiero fatigarlo con aquel texto o su http, su tío lo hubiera hecho mucho mejor.../
Atte/

Eduardo Fabregat dijo...

Jorge, Gustavo: gracias. Es cierto, la Humor fue un hito de verdad, por contenido y por éxito de ventas. Las ventas, claro, tenían que ver cxon el contenido...

Anónimo dijo...

Siempre recuerdo el correo de lectores de la Humor & Juegos, donde la gente se deshacía en elogios por las definiciones de Fabre - con cariño, respeto y admiración. Fue una de las muchas facetas de un ser humano extraordinario, al que tuve la suerte de conocer, aun fugazmente, a fines de los '80. Sólo tengo agradecimiento para él.

Diego

Luis dijo...

Qué pena. Aquella gente de Humor sí que se hizo querer. Siempre serán un grato recuerdo. Una vez fuí hasta la editorial a comprar varios números que me faltaban y al salir vi pasar a Aquiles. Claro, lo conocía por fotos pero yo era un completo desconocido para él. De todas las notas que traía la revista podían quedarme sin leer algunas, pero no las de él. Siempre me pareció un tipo brillante. Otra vez llevé al trabajo su recopilación de chistes verdes y paso de mano en mano durante meses hasta que me lo devolvieron.
Un abrazo de este humilde y anónimo lector.